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La construcción, cáncer del planeta

Hoy os traemos un interesantísimo artículo de la mano de Carlos Martínez Requejo, domoterapeuta, interiorista y experto en bioconstrucción.

En su apoteósico artículo nos informa sobre los efectos que tienen en el ser humano el residir en ciudades. La mayoría de ellas son poco habitables y sostenibles, pero a través de la bioconstrucción es posible crear nuevos núcleos urbanos más saludables. De esta manera, no sólo gozamos de una mejor salud si no que además cuidamos el planeta.

Esperamos que os interese tanto como a nosotros.

Más del 50% de la población mundial vive ya en ciudades, la mayoría de ellas poco habitables y menos sostenibles, y este crecimiento de la urbanización se incrementa. Solo en China se planea construir más de 400 ciudades nuevas en los próximos 20 años y unos 300 millones de chinos cambiarán su estilo de vida tradicional agrícola por el urbano cosmopolita.

Gracias al despertar ecológico somos conscientes de los impactos ambientales de la actividad humana, por ejemplo, la visión satélite nos muestra el impacto de la deforestación, muy visible en la cuenca amazónica. El medio natural retrocede devorado por la agricultura intensiva para alimentar la gran ciudad, y la mitad de la superficie de bosques y selvas del planeta ya ha desaparecido a causa de la civilización. El espacio verde, originalmente ocupado por el bosque, deja su lugar a un territorio ocre, erosionado y yermo, donde la vida no tiene ya lugar. Esa penetración en el medio natural surge de la ciudad a través de la red de carreteras, abriendo acceso fácil al tráfico automóvil depredador.

 

En paralelo, una nube de polución atmosférica envuelve las áreas industriales y urbanas y se extiende a su alrededor, contaminando todo su entorno, alcanzando cientos de kilómetros. De modo menos visible los vertidos de aguas contaminadas procedentes de los núcleos urbanos, y su entorno industrial, contaminan los acuíferos subterráneos, luego los cauces fluviales, y finalmente el mar. Ruido, estrés, insomnio, o la merma de salud, son otros impactos nocivos del hecho urbano, difíciles de cuantificar y que raramente aparecen en las estadísticas.
 
Debemos tomar conciencia de que la imparable actividad de construcción (y deconstrucción) de edificios e infraestructuras, tiene una enorme” huella ecológica”, considerando todo el ciclo de vida de los materiales, desde las materias primas, hasta su fabricación, transporte, uso y reciclado.
Podemos afirmar que el sector construcción es el primer cáncer del planeta, pues genera la mayor parte de toda la contaminación física, química y energética sobre el medio natural, considerando residuos, vertidos, efluentes y radiaciones. En conjunto la construcción genera más impacto ambiental que la agricultura, la industria y el tráfico sumados.
 
Según Worldwatch Institut de Washington, más del 60% de todos los impactos nocivos sobre la biosfera los genera el sector de la construcción, por su gran consumo de recursos, suelo, materiales, agua y energía. De ahí que no sea viable la ecología profunda sin rediseñar el hábitat urbano y el modo en que construimos ciudades.
Por ejemplo, la industria de la construcción es responsable de más de la tercera parte de las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO2) y genera cerca del 40% de los residuos generados por la humanidad. Y el gasto energético de las ciudades es insostenible, y crece cada año, solo la iluminación representa cerca del 20% del consumo mundial de electricidad.
Las industrias ligadas al sector construcción (amianto, PVC, aluminio, acero, petroquímica), son enormes consumidores agua, energía y materias primas. Las cementeras tienen el dudoso honor de ser líderes en impacto ambiental, con un gran consumo de energía pues los enormes hornos giratorios funcionan a una temperatura de 1400 ºC. Además, generan desechos líquidos, emisiones de polvo (nanopartículas), y gases tóxicos que se detectan a muchos kilómetros, con notable impacto ambiental y sanitario, como bien saben los vecinos de la cementera Lafarge en Montcada.
La extracción de las materias primas, minas y canteras, es otra fuente de impacto en el paisaje que destruye el ecosistema y genera vertidos y emisiones tóxicas, recordemos el desastre de Boliden en Aznalcóllar.
 
Con estos datos vemos que no es posible una acción ecológica planetaria sin edificios ecológicos, según la bioconstrucción. Será preciso considerar el impacto global de la actividad constructiva sobre el entorno natural, para reducir la huella ecológica limitando el impacto sobre el territorio, construyendo ciudades compactas con un uso racional de la energía y del agua según criterios bioclimáticos, reduciendo los residuos sólidos, líquidos y gaseosos y exigiendo el uso de materiales de fabricación sostenible. La Bioconstrucción (en alemán Bäubiologie, biología de la construcción), considera en primer lugar el impacto del fenómeno urbano sobre el ecosistema, con criterios de sostenibilidad, analizando la ocupación del territorio, el ciclo de vida de los materiales, la polución atmosférica, el consumo de agua y energía y los residuos tóxicos.

 

Una arquitectura tóxica
En la ciudad actual predomina una arquitectura tóxica, saturada de químicos y radiaciones, que genera molestias o dolencias típicas de los llamados “edificios enfermos”. A diferencia de los primitivos que vivían en contacto con la naturaleza, los urbanitas pasamos más del 80% de nuestro tiempo en recintos cerrados (casa, escuela, trabajo, centros comerciales, transporte). Que un edificio puede enfermar a sus habitantes suena extraño, pero la calidad ambiental interior influye en nuestra salud más que el entorno exterior. Un entorno tóxico genera patologías emergentes como la “hipersensibilidad ambiental múltiple” (fatiga crónica, fibromialgia, electrosensibilidad, sensibilidad química), que ya afecta a más de un 15% de la población, debida al cóctel electroquímico del hábitat urbano.
 
Frente a ese ambiente urbano nocivo la bioconstrucción propone el concepto de “área blanca”, un hábitat urbano de polución cero. Un verdadero “cobijo”, la esencia de la arquitectura, que nos protege del medio hostil.
Un área blanca es un espacio sin “domopatías”, esos factores ambientales nocivos (ruido, radiaciones, materiales tóxicos, microorganismos nocivos, etc.), considerando la “biohabitabilidad” de acuerdo a los criterios biológicos de la bioconstrucción.También es un edificio eficiente, pues la casa bioclimática se traduce en ahorro de energía, agua y residuos, minimizando los impactos sobre el planeta.

Una ciudad verde

Podemos pensar un urbanismo verde, y darnos cuenta que el manto verde de vegetación es precisamente la fuente del oxígeno, que permite toda la vida en el planeta. La Organización Mundial de la Salud fija como óptimo 15 m2 de espacios verdes por habitante. Los árboles aportan oxígeno naciente y limpian la atmósfera, además la ionizan y la llenan de energía vital, y permiten escuchar los pájaros y relajar el espíritu. Barcelona, Bilbao o Valencia, como muchas capitales españolas no llegan a los 10 m2/hab. Tokio o Buenos Aires tienen menos de 2 m2/hab, por el contrario, Viena ofrece 20, New York 23, y Curitiba llega a los 52 m2/hab.

Los huertos urbanos nos proporcionan alimentos vivos, y nos regalan ocio, ejercicio y salud, sin necesidad de gimnasio, médico ni farmacia. Las cubiertas y fachadas verdes son otra opción que reduce la polución y ahorra energía. Una planificación ecológica debe crear continuidad desde el huerto al jardín, al parque y al bosque, creando pasillos ecológicos, que favorecen las migraciones, conservan la biodiversidad, y permiten al ciudadano integrarse en la naturaleza sin salir de la ciudad.

Al sentarnos a pensar “otra civilización” debemos replantear la construcción de ciudades. Pensar si queremos seguir encerrados, sin aire ni sol, dentro de edificios enfermos, o si queremos pasar varias horas cada día atrapados en el transporte, o quizás debemos replantear el diseño urbano y la movilidad de las personas. Los suministros de agua, electricidad, combustibles, materiales y alimentos traídos de cientos de kilómetros representan otro enorme impacto sobre el territorio, con un coste energético insostenible. El establecimiento del estándar de la “casa pasiva” nos dice que ya es posible el edificio de energía cero y la inminencia del “peak-oil” sugiere plantear urgentemente la ciudad autosuficiente.

Aunque desde una visión romántica quizás nos gustaría, no invocamos la “vuelta a la arcadia”, y no proponemos como solución global la vida neorural de la ecoaldea, ni tampoco la ciudad jardín, con una edificación dispersa que invade el territorio. Nuestro objetivo debe ser diseñar ciudades compactas, ecológicas, autosuficientes, socialmente justas, ambientalmente saludables y amigables con la Madre Tierra, esa Naturaleza que las soporta y las envuelve. El diseño de permacultura nos invita a ver la ciudad como un organismo, un ecosistema complejo, cuyo metabolismo armónico permite la vida de las personas. Somos parte de Gaia, un planeta vivo, y la bioconstrución, que toma conciencia de la relación simbiótica con toda la biosfera, nos permitirá tener una casa sana y una ciudad sana en un planeta sano.

© Carlos Martínez Requejo. Domobiotik 2015.

NOTA. Artículo publicado originalmente en la Revista 15-15-15 (Enero 2015).

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